lunes, 15 de diciembre de 2008

Pasó II. Féminas.

Yo ya no podía más. No por el hecho de haber dejado que mi amiga se quedase un tiempo conmigo hasta que superase el bache, no, yo ya no podía más por el mero hecho de que cada día que pasaba la veía ahogarse en el tiempo cada vez más. Ya no sabía que hacer, parecía que mis palabras no le llegaran, sino que se difuminaban junto a sus lágrimas. Día tras día intentaba consolarla con una sonrisa, o algo más, pero ella no hacía caso, tan solo mostraba esa sonrisa falsa que tan bien le salía. Me contó que siempre que Mario y ella se veían lo hacían en la casa de este, mientras la mujer salía de compras. Nunca llegué a entender como lograban no ser pillados, como si el erotismo que se desprendía el verse les hiciera invisibles. La cuestión es que Mario no le contaba nada sobre él, ni sobre su familia, y ella solo podía limitarse a dejarse hacer bajo el anonimato. Yo estaba dispuesta a ir a hablar con él, aunque solo fuese para pedirle una explicación. Yo sabía que no pintaba nada en esa historia, pero me senti, de un modo u otro, partícipe de ella. Así que, una tarde, le pregunté a mi amiga la dirección del tal Mario. Ella se negó rotundamente, dando por hecho que lo estaba olvidando y que ya no quería saber nada de él, y yo insistí sabiendo que lo que ella decía no era cierto, que se empeñaba en dormir bajo un cielo de mentira. Tras mucho insistir logré que me dejase anotado en un papel de bordes quemados la dirección de Mario. Lo guardé en el cajón de mi mesita y me dormí pensando que mañana, aunque fuese domingo, tendría muchas cosas que hacer. Un delgado hilo de luz se filtraba bajo la persiana bajada de mi cuarto. Me incorporé, con el pelo alborotado y la mirada perdida, y me dirigí al cuarto de baño, con la dirección de Mario escrita en la mente. Salí del baño vestida con una modesta sudadera y unos vaqueros negros, recogí mi bolso y me dirigí a la puerta de la casa, no sin antes dedicarle una sonrisa a mi amiga, sentada en la ventana contemplando a los pájaros alzar el vuelo. El volante del coche estaba helado, por lo que supuse que esa noche había hecho frío. Arranqué el motor sin demasiado entusiasmo y pisé suavemente el acelerador, mientras por el retrovisor veía a un vagabundo intentando alzarse del suelo después de otra noche en las calles. No me costó mucho encontrar la casa de Mario, ya que se encontraba en un bloque de varias casas en la zona rica de la ciudad. Pensé: rico y encima le gustan las jovencitas. Aparqué en una calle junto a un parque, donde los niños jugaban y un grupo de palomas comía las migas que un anciano les tiraba con suma delicadeza. Nunca supe por qué, pero siempre me fijaba en los pequeños detalles. Retomando el paso me dirigí al número 13 de la calle Flassaders. No era, ni lo sigo siendo, de impresionarme con demasiadas cosas, pero esa casa lo hizo. Creí que para cruzar ese jardín harían falta mil años, y que para cruzar la puerta principal habría que pagar un caro peaje. Llamé al timbre, con un denotado temblor en mis dedos, que se alargó hasta mis piernas al ver abrirse la puerta y ver salir a un hombre, de unos 40 años, y decirme:
- ¿Qué quiere?
- Buenos días, vengo a hablar con usted sobre un asunto personal - le contesté, intenado calmar la voz.
- ¿Qué asunto personal?
- Si pudiese ser, me gustaría hablarlo con usted en privado, sin necesidad de que los vecinos se enteren - comenté yo, algo más tranquila.
- Pase.
Sentí el tacto de la puerta ceder bajo el peso de mi mano, y entré. Cruzé la puerta principal y Mario me invitó a pasar a un salón situado a la derecha de la puerta.
- Especifique - dijo él.
- Verá ... vengo a hablarle sobre ... María. La recuerda?
- No creo que eso sea de su incumbencia - comentó, denotando nerviosismo hasta en el ritmo de su respiración.
- Verá, creo que sí que lo es. Ella es mi amiga, y hace una semana acudió a mi casa de madrugada asegurando que usted era un mal nacido - ataqué.
- En todo caso, y aunque así fuese, no tengo por qué decirle nada de todo esto.
- No vengo a recriminarle nada, ni tampoco voy a llevarlo al juzgado a que lo condenen a cadena perpetua, tan solo le pido una explicación de por qué lo hizo. No lo haga por ella, si es que ya no la quiere, si no por mi, porque yo ya no aguanto verla así todos los días.
- ¿Cómo no la voy a querer si me hizo el hombre más dichoso del mundo? - algo de ternura afloró en su voz.
- Entonces ... ?
- Ella solita me quitó 20 años de encima, tan solo con mirarme y sonreir me hacía el hombre más feliz del mundo. Estar un minuto a su lado era una bendición, y poseerla cada noche me hacía sentir el hombre más afortunado de la tierra. Habría seguido con ella, pero ...
- ¿Pero qué? - solté.
- ¿Cómo se abandona a la mujer con la que te has casado, a la que le has prometido estar a su lado por siempre? Es muy difícil, y yo ya no sabía que hacer.
- Entiendo ...
- Tenía un gran dilema, abandonar a mi mujer, a la que todavía amaba y que lo había dado todo por mí, por una jovencita de 17 años, una tal María, que conocí en el cumpleaños de una sobrina mía. María me lo ha dado todo, y la quiero con todas mis fuerzas. Peri mi mujer también está ahí, y ella no se merece lo que le he hecho, así que una noche me puse a pensar con mi mujer al lado y me dí cuenta de que ella me hacía mucha falta, y que Maria, aunque le costaría entenderlo, encontraría algún chico que la haría feliz, pero no podía seguir engañando a mi mujer de esa forma. Y lo siento.
- Le entiendo, a uno no se le plantea todos los días ese gran dilema. - dije, asombrada por todo lo que me había contado ese hombre.
- Gracias. No sé que va a ser ahora de María, pero confío en que será feliz. Cuando la veas dile que lo siento, y que ya no aguantaba más, que lo siento mucho.
- Lo será, será feliz. Tranquilo, se lo diré. Gracios por permitirme hablar con usted.
- Gracias a tí. También dile que si alguna vez necesita algo que no dude a venir a verme, y que no se sienta mal por nada, que aquí el único culpable de todo fue y he sido yo.
- No se sienta culpable, pero si se va a sentir mejor se lo diré. Y ahora me tengo que marchar, gracias - dije recogiendo el bolso y levantándome del sofá.
- Gracias a tí - dijo, acompañándome hacia la puerta.
Crucé el jardín y me dirigí al coche, sin prestar demasiada atención a las gotas de lluvia que empezaban a caer a mi alrededor. La lluvia golpeaba con fuerza los cristales del coche, pero no me importaba, estaba feliz, al menos ya tenía algo que justificara todo lo que había pasado. Me puse a pensar ... en como la gente lia tanto las cosas, en como la gente es capaz de arriesgar la familia por un amorío fugaz, en como la gente complica tanto las cosas por ver sus deseos hechos realidad. Aun no había salido de mi ensoñación cuando sentí el golpe, y ni siquiera me dió tiempo a ver a aquel coche abalanzarse sobre mí, solo sentí que me costaba respirar, solo noté el calor de la sangre resbalar por mi piel, y lo último que vi fue mis propios ojos sucumbir ante el dolor. No sé que pasó después, solo oía muchas vocesa mi alrededor, y noté como me movían. Dormí.

3 comentarios:

El chache dijo...

Muchas veces, conocer la verdad puede acabar contigo.
Un saludete

asfihsfoi dijo...

El hecho de silenciar la verdad daña a uno mismo. Mucho mejor la verdad dolorosa a la mentira silenciosa.

Un saludo.

Wera Skizofreek dijo...

Buenos textos!
me gustó este último
los finales inesperados son los memorables.

Saludos!